“Mientras los hombres viven sin un poder común que los atemorice, se hallan en la condición que se denomina estado de guerra; una guerra tal que enfrenta a todos contra todos… En una condición semejante la industria no tiene ninguna oportunidad, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay agricultura, ni navegación, ni ninguno de los artículos que pueden importarse por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y desplazar las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, no cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo peor de todo es que existe un constante temor y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre es así solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”.
El pasaje más famoso de una obra maestra de la filosofía política, esta distopía de la humanidad, la presenta el filósofo inglés Thomas Hobbes en su libro “Leviatán”, publicado en 1651. Desalentado por las secuelas inmediatas de la guerra civil inglesa, Hobbes ofrece un panorama de la humanidad que es consecuentemente pesimista y lóbrego: una visión de los humanos, en un imaginario “estado de naturaleza”, aislados, preocupados únicamente por sus propios intereses, cuya única ocupación es su propia seguridad y su propio placer; en constante competición y conflicto recíproco, preocupados sólo por ser los primeros en tomar represalias; entre los cuales no existe la confianza y, por consiguiente, ninguna posibilidad de cooperación.
La pregunta para Hobbes es cómo individuos hundidos en semejante estado de discordia espantosa e implacable lograron salir jamás de él. Lo cual es tanto como preguntar: ¿acaso puede desarrollarse alguna forma de organización social y política a partir de semejantes orígenes atroces? He aquí su respuesta: gracias a “un poder común que los atemorice”; el poder absoluto del Estado, denominado simbólicamente Leviatán.
Para Hobbes, el instinto de cada individuo es velar por su propio interés, y en atención al propio interés de cada cual conviene cooperar: sólo de este modo puede escaparse del estado de guerra y de la vida “solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”. Si esto es así, ¿por qué no resulta fácil el acuerdo y la cooperación entre os individuos en el estado de naturaleza? No resulta fácil porque contraer un contrato siempre tiene un precio y no hacerlo siempre supone alguna ventaja (por lo menos a corto plazo). Pero si el interés propio y la autopreservación constituyen la única pauta moral, ¿cómo es posible estar seguros de que los demás no buscarán preventivamente sacar alguna ventaja traicionando el contrato? No cabe ninguna duda de que buscarán sacar ventaja, entonces ¿acaso no es mejor ser el primero el quebrantar el contrato? Naturalmente todos los demás razonan del mismo modo, por lo que no es posible la confianza ni, por lo tanto, el acuerdo. En el estado de naturaleza de Hobbes, los intereses a largo plazo siempre se supeditan a los beneficios a corto plazo, inhibiendo la salida del ciclo de desconfianza y violencia.
“Sin la espada, los pactos son sólo palabras”, concluye Hobbes. Lo que se requiere es alguna forma de poder externo o de sanción que obligue a los individuos a acatar los términos del contrato que beneficia a todos (siempre que todos lo acaten). Lo individuos deben restringir de buen grado sus libertades en beneficio de la cooperación y de la paz, a condición de que cada cual haga lo propio; deben “otorgar todo su poder y su fuerza a un Hombre, o a una Asamblea de hombres, capaz de reducir todas sus Voluntades, gracias a la pluralidad de voces, a una sola Voluntad”. Así es como los ciudadanos acuerdan ceder su soberanía al Estado, que dispone de poder absoluto para “conformar las voluntades de todos ellos con vistas a la Paz en su propio país y a la mutua ayuda contra sus enemigos extranjeros”.
¿Por qué elige Hobbes al Leviatán? Leviatán, que a menudo se asocia con Behemonth, es un aterrador monstruo marino mítico que aparece en varios pasajes relacionados con la creación en el Antiguo Testamento así como en otras fuentes literarias.
Hobbes usa este nombre para sugerir el colosal poder del Estado (“ese gran Leviatán, o mejor dicho –hablando con mayor reverencia- aquel Dios Mortal, sometido al Dios Inmortal, al que debemos nuestra paz y nuestra defensa”).
En el uso moderno, la palabra se suele aplicar al Estado para sugerir una apropiación del poder y de la autoridad más allá de lo debido.
(Dupré. Ben. 50 Cosas que hay que saber sobre filosofía. Editorial Ariel. Barcelona. 2013)